Recordé algo cuando vi a dos filas indias de hormigas encontrándose frente a frente, deteniéndose a tocarse con sus cabecitas y antenas diminutas -que por mi miopía son imposibles de detallar-, se saludan, se regañan, se engañan, se invitan a la cueva más oscura para hormigonearse, ¿quién sabe?. Pero nosotros acá arriba con nuestros oidos de 16 hz pa'lante sólo nos limitamos a ver cómo cada una choca con la otra sin excepción.
Recordé o mejor dicho, vislumbré entonces que algo parecido sucede entre las mujeres: en cualquier calle de mi ciudad hay hileras casi infinitas de mujeres pasando de un lado a otro, unas solitarias, otras acompañadas; vestidas de lo más Zara otras de lo más CCG (Centro Comercial Los Goajiros); despeinadas como yo o recién estiradas; con ilusión o sin ellas, con botox o con toda una granja en la cara; de todos los colores y tamaños pero en una cosa coinciden siempre: justo como les sucede a las hormigas, se les detiene el tiempo sólo para mirarse de arriba hacia abajo sin escrúpulos (porque hasta su disimulo es igual de inescrupuloso) durante unos segundos suficientes para detallar la figura de la otra, dónde y en cuánto compró la ropa, si le queda bien, si el maquillaje se le está chorreando como el aceite de las empanadas de El Palito, si está soltera, casada o arrejuntada... etcétera... por último: si vale la pena voltear como en comercial de champú luego de unos 15 segundos para detallarla por detrás.
¿Los que bucean a las mujeres son sólo hombres y lesbianas? Propongo seamos sinceras. Pero así como las hormigas, nos comunicamos distinto, durante segundos y en un código que ni el más perspicaz de los hombres puede decifrar.
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